Precaución, Katia Hazard ha llegado

Katia Hazard (Gavin), 20 años.

A pesar de tener el cuerpo de toda una mujer, en su rostro todavía quedan marcados rastros de su niñez, lo que suele dar una idea equivocada de su personalidad. Bien cierto es que lo pueril de su conducta acompaña a su aspecto, puede resultar ser cabezona, competitiva y cortante, afortunadamente para ella, sabe jugar bien sus cartas y canaliza esos matices para desempeñar mejor su tarea: la fiscalía. Esto no quiere decir que todo su ser se limite a rabietas y contestaciones salidas de tono, esa soberbia y desdén hacia la realidad no es más que una fachada, ya que en su corazón se alberga un profundo sentimiento de inferioridad que intenta ocultar a toda costa, veamos que para comprender esto es necesario realizar un pequeño viaje al pasado…

Los albores del sentimiento se remontan a una cena familiar en el 2018 en la que una Katia de doce años se debatía entre devorar unas alitas de pollo o las palabras de su primo Klavier. Klavier Gavin, su primo, mentor y probablemente mejor amigo; él fue quien le enseñó a tocar la guitarra y la persona a la que le había confiado todos sus secretos. Aquella noche él se había arreglado más de lo normal —lo supo porque la colonia se olía a cinco kilómetros a la redonda— y rebosaba felicidad y nerviosismo por los poros —porque el sudor era más potente que la colonia—, a pesar de eso, se podría decir que su sonrisa eclipsaría el sol, lo que Katia no sabía es que esto llegaría a eclipsarla a ella. Tras los postres, Klavier se levantó tímidamente.

—Familia, he de anunciaros algo.
Los ojos de todos los presentes se volcaron sobre él, pero este no lograba arrancar. Era un muchacho muy tímido.
—Adelante hermano, dilo. —Le animaba un alegre Kristoph todavía no convicto.
—Hoy recibí una carta…
—¿Una carta? ¿Todavía se usa de eso? Pensaba que sólo se seguían utilizando para las facturas. ¡Ah! ¿Es una factura? ¡Pues no pensamos pagarte nada, chiquillo! —Soltó de repente la abuela.
—No es una factura, abuela, es más bien todo lo contrario.
—¿GANASTE UN CONCURSO? ¿Un crucero, tal vez? ¿Sabes?, eso es lo que nos vendría bien al abuelo y a mí, necesitamos rélax, tranquilidad… Ay hijo, perdona por lo que te dije antes , ya sabes, la edad…
—Abuela, ¿por qué no le escuchamos? —Kristoph guiñó un ojo a su hermano para que continuara.
—Lo que decía… la carta es de la oficina del fiscal.
—¿PERO QUÉ HAS HECHO? ¡MADRE DE TODO LO QUE TENEMOS POR SAGRADO QUE NOS LO ENCHIRONAN! ¿Y por qué si puede saberse? ¡Si tú no das nada de guerra! ¡Si te da miedo hasta montar en coche por los bichos que se estampan contra el cristal!
—¡ABUELA! —Le reprendieron todos. —Habla de una vez, Klavier. —Le instó Kristoph.
—M-me… ¡me han cogido! Voy a trabajar en la oficina del fiscal.
Hasta la abuela enmudeció un momento, pero duró poco:
—¿Como chico de los cafés? Ten cuidado de no quemarte, ¿recordáis la vez que se puso a llorar porque derramé un poco de té en…? Vale, me callo. —Añadió al comprobar la mirada feroz de todos.
—Como fiscal en prácticas. Me han dicho que tengo “potencial” y que les gustaría probarme. Todo esto gracias a Kristoph, por mover hilos, y a Kat, por animarme durante todo este tiempo. —Y le dedicó una de sus sonrisas más triunfales.

Esas sonrisas no tardaron en desvanecerse: cada semana que transcurría Klavier pasaba más tiempo en la oficina en la que conocería a otros fiscales prodigio como él que ni con la mayoría de edad ya estaban al servicio de la justicia y varios miembros de la policía con los que montó un grupo de rock para quinceañeras hormonadas al poco tiempo. Klavier el tímido desapareció y con él la amistad de Katia, que pasó a un segundo plano en el corazón de este y en su propia familia. ¿Por qué no eres como tu primo? Él ha triunfado y tú... Decía la abuela y decía todo el mundo. Sin mover un dedo se convirtió en la oveja negra de la familia, pero nunca se lo reprochó a Klavier. ¿Qué le diría? ¿Gracias por arruinarme la vida por ser mejor que yo? No, no podía. Lo único que podía intentar era superarle, y por eso se hizo fiscal. Para ganarle en su terreno.