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Cielo y Tierra

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Mensaje por Mitsuko Vie Mayo 22, 2009 10:05 pm

Hola a todos. Como podréis comprobar, hace poco que me registré en este foro. Pues bien, quería darme a conocer con esta historia. Espero que os guste, ya tiene algunos admiradores. Escribo muchas historias, así que no puedo asegurar que actualice a menudo, pero siempre colgaré cachos grandes. Bueno, os dejo una ficha de la historia, porque hay costumbres que no se quitan. xD

Título: Cielo y Tierra
Autor: Yo, Mitsuko. Pero recordad este nombre: Cristina Martínez. Algún día será muy conocido.
Género: Fantástico. Romántico.
Sinopsis: Árel es un joven ángel de solo ciento sesenta años, con apariencia de dieciséis años mortales. Con ciento sesenta años justos, a los ángeles se les encomenda una misión: proteger a un humano. Claro que Árel no será ninguna excepción. Protegerá a una muchacha humana de quince años llamada Wendy. Claro que nunca se sabe que obstáculos se encontrará uno en su camino.
Personajes: Los principales son Wendy y Árel.
Ambientación: Pues el Cielo y la Tierra. En la Tierra, más conrétamente, Nottingham, Inglaterra.


[CAPÍTULO 1]~Yo seré tu ángel guardián~

- No quiero ir, padre- resonó la voz de Árel en la blanca y espaciosa habitación.

- Es tu deber- explicó su padre.- Todos los ángeles pasan por esto, yo también tuve que hacerlo. No serás ninguna excepción.

Árel se cruzó de brazos, con el ceño fruncido.
Árel era un ángel joven. Su pelo era negro, un poquito largo, y sus ojos eran verdes cual campo después de la lluvia. Lo cual resultaba extraño, pues los ángeles siempre eran rubios o pelirrojos, de ojos azules o dorados. Pero Árel cambiaba el color de sus cabellos y sus ojos con sus poderes de ángel que sirven, principálmente, para crear y cambiar. Cambiar, por ejemplo, formas y colores. Árel se veía más guapo con el pelo y los ojos así. Árel era muy independiente pero, sobre todo, muy cabezota.

- ¡Pero para qué proteger a unos simples humanos!- insistió Árel.

- ¡No me discutas!- le ordenó el padre.- Esa no es actitud digna del hijo de un rey.

- El segundo hijo de un rey- susurró Árel. Ser el segundo hijo nunca había sido algo que le hubiera gustado. El segundo nunca podría llegar a ocupar el trono del rey de los ángeles. Aún así todos los chicos y chicas ángeles buscaban su amistad por los privilegios. Qué se le iba a hacer, nació el segundo y le tocaba sufrir sin ni privilegios.

- Tanto da segundo como primero o tercero- replicó el rey, frunciendo el ceño. El rey, aún teniendo cuatrocientos noventa y siete años, tenía una piel lisa, suave, sin arrugas. Solo se le arrugaba la piel al fruncir el ceño, cosa que solo hacía cuando mantenía una discusión con su hijo Árel. Sus cabellos eran totálmente blancos y le llegaban a la cintura. Sus ojos dorados resplandecían como solo los ojos de un ángel podían resplandecer: con una enorme pureza.

- Eso es mentira- insistió Arel.- Érmel nunca tuvo que ir a la Tierra a proteger un humano.

El rey suspiró. Siempre con el mismo tema: Érmel, el hermano mayor de Árel. Un ángel de ciento ochenta cuatro años de cabellos rubios, lisos, y hermosos ojos azules. Un ángel amable, responsable, tolerante, obediente, trabajador, encantador y optimista. Ojalá Árel fuera así.

- Érmel estuvo muy ocupado trabajando a tu edad, no como tú, que no tienes nada que hacer- explicó.

- Meriel también es muy trabajadora y tendrá mucho que hacer- siguió insistiendo.- ¿No es verdad que aún así tendrá que hacer lo mismo que ahora me estás obligando a hacer?

- A tu hermana todavía le quedan veintisiete años, así que deja el tema- suspiró el padre. Sí era cierto que Meriel trabajaba casi tanto como Érmel. Y sí, también era cierto que cuando llegara el momento tendría que proteger a un humano. Pero Meriel era otro tema. Y Árel comprendería algún día por qué.

El padre comprendía por qué Árel estaba empeñado en su hermana. La adoraba, a esa muchacha de pelo rubio rizado y ojos azules. Siempre la quería proteger. Pero llegaría el día en el que comprendería la diferencia entre ellos y Érmel. Llegaría el día...

- Vale...- suspiró Árel.- Iré.

El padre sonrió. Por muy cabezota que fuera, la mayoría de las veces, Árel acababa cediendo.

- Protegerás a una muchacha humana de quince años llamada Wendy. Viajarás a un lugar concreto, llamado Nottingham. Buena suerte- añadió el padre con una amplia sonrisa.- ¡Ah! Y no estropees el trabajo que los otros ángeles guardianes de la muchacha han estado haciendo.


Árel salió de la habitación, entre suspiro y suspiro. Recorrió el largo pasillo hasta su habitación dispuesto a coger cosas que le sirvieran de utilidad.

Entró en su habitación. No era blanca, como el resto de habitaciones. No, se las había arreglado para conseguir que fuera de otro color: azul. Un azul clarito, pero mejor que blanco era. Algo que Árel detestaba de verdad era la monotonía.
Miró en su armario. Con sus ropajes le bastaría, pero mejor estar preparado. En ese momento llevaba puestos unos pantalones púrpura, un top del mismo color sin mangas, unas sandalias azul marino y unos guantes azul marino que dejaban al descubierto sus dedos. Extraños ropajes para un ángel, pero Árel no era un ángel cualquiera. Y como ya mencioné antes, odiaba la monotonía.
Cogió una camisa azul marino y blanca a rayas con unos piratas azul marino y unos zapatos blancos; una camiseta roja ajustada sin mangas con unos pantalones grises, unas sandalias rojas y unos guantes del mismo color; y, por último, una camisa blanca con unos pantalones y unas sandialas del mismo color. Exigencias de su padre.
Se sentó encima de su cama y observó las alas blancas que se encontraban en su espalda. Llegaba a admirar esas alas, por su hermosura y su increíble pureza. Pero, por otro lado, había llegado a odiarlas, porque eran la señal de que era un ángel. Un aburrido ángel. Suspiró y volvió a dirigir su atención en prepararse.

En cuanto introdujo todo lo necesario en una gran bolsa morado, dirigió la mirada hacia las espadas que se exponían en la pared. Dos espadas. Árel las observó aténtamente. Eran grandes y estaban reálmente afiladas. La empuñadura de dichas espadas era azul, cada una distinta. La primera lucía la imagen de dos alas. La segunda, dos ángeles cruzando dos espadas.
Árel nunca comprendió bien para qué servían esas espadas, pues los ángeles eran criaturas pacíficas. Lo que si sabía era que eran lo único que podía matar a un ángel. Pero solo existían diez. Dos estaban en su habitación.
Árel, sin saber bien por qué, guardó una. Tal vez pensaba que le resultarían útiles. Pero también eran lo que más le gustaba de su habitación.

Ya preparado para marchase, salió al pasillo del palacio en el que se alojaba. Allí se encontró con una mujer ángel pelirroja de ojos azules, que no aparentaba más de treinta y cinco años. Era Lahí, su madre.

- ¿Te vas ya, hijo?- preguntó con una débil sonrisa.

- Sí, madre- respondió Árel mirándola, apenado. Su madre últimamente estaba muy débil, y le daba mucha pena tener que distanciarse tanto de ella.

- Cuídate mucho- le dijo la madre, casi llorando.

- Madre...- empezó a decir Árel, pero recibió un fuerte abrazo de su madre. Entonces comprendió que no hacían falta palabras.

Su madre le dirijió una sonrisa entristecida, con los ojos llorosos. Lo echaría mucho de menos.
Lahí se despidió de Árel. Entonces, Árel comenzó su viaje hacia esa tal ciudad llamada Nottingham.



En Nottingham, una joven salía de su instituto, tras otro día de clases. Era una joven de quince años. Sus cabellos ondulados color carbón se ondeaban con el viento. Sus ojos negros expresaban felicidad y optimismo. Era la muchacha más encantadora de su clase. A todo el mundo le respondía con una amplia y sincera sonrisa. Su nombre era Wendy.

- Entonces, hasta dentro de una hora- le dijo una de sus amigas.

- ¡Si!- respondió ella, sonriendo.

Se despidió de sus amigas y se dirijió a su casa. Como de costumbre, fue por el camino largo. A ella le encantaba ir por allí porque el camino estaba rodeado de árboles. Fue tatareando, feliz, hasta su casa.



Árel todavía no se lo podía creer. Estaba sobrevolando Nottingham. ¡Nottingham! ¡Estaba en la Tierra!
No le gustaba la Tierra. Bueno, era menos aburrida que el Cielo, pero el humo de los coches, el ruido y la grosería de la gente resultaba inaguantable. "Pues tendrás que acostumbrarte, este es tu nuevo hogar por un tiempo", pensaba.
Fue volando con sus alas blancas hasta la casa que le habían dicho. La casa de la humana a la que tenía que proteger.
Llegó en un ratito. Era una humilde casa apartada de color blanco, rodeada por un jardín. La observó, curioso. Así que así eran las casas en la Tierra.
Fue volando hasta una ventana. Miró dentro. Había alguien. Pero no era cualquiera, era Wendy. La observó, como evaluándola.
La muchacha se giró y se quedó observándolo. Árel miró detrás suyo, pero no vio nada. Entonces lo comprendió: ¡lo estaba mirando a él!. ¡Pero se suponía que los simples mortales no podían verle! Árel decidió calmarse y hacer una prueba. Si podía verle, podría oírle.

- ¿Tú puedes verme?- preguntó, temeroso.

Wendy asintió, anonadada.
Árel se quedó petrificado. ¿Cómo era que podía verle?
No podía ser. Eso no podía estar pasando. ¡El primer día y ya lo hacía mal! Pero lo importante: ¿por qué? ¿Por qué podía verle? Se llevó las manos a la cabeza y dirigió la mirada al suelo. Esa era su manera de pensar.

Mientras, Wendy no podía apartar la vista de las dos hermosas alas que lucía el muchacho en la espalda. Se acercó un poco a Árel, temerosa, sin distraer a Árel de sus pensamientos. Se acercó un poco más, hasta situarse a poca distancia de Árel. Dudosa, alargó el brazo y tocó las alas de Árel, como tratando de comprobar que aquello no era una alucinación. Al poder tocarlas, sentir su suavidad y poder percibir su increíble pureza, Wendy apartó la mano, casi inmediatamente, temblando. Pero no sabría decir si temblaba de miedo o de emoción.
Solo ese gesto pudo apartar a Árel de sus pensamientos. Dirigió la vista a la muchacha. Lo primero que pudo ver fue una sonrisa incrédula su rostro; una sonrisa que, poco a poco, se fue convirtiendo en una amplia sonrisa de emoción.

- ¡Eres un ángel- acertó a exclamar Wendy.

- Pues... sí, soy un ángel- afirmó Árel.

- ¡Qué guay!- exclamó. Estaba realmente emocionada. Normal, eso era un gran descubrimiento para una humana como ella.

- ¿Y ahora qué harás?- preguntó Árel.- ¿Contárselo a tus padres? ¿A tus amigos? ¿A todo el país? ¿A todos los habitantes de la Tierra?

- No- negó Wendy.- Porque seguro que me dirás que estarás en problemas si se lo cuento a alguien, ¿no?

- Exacto, has acertado- asintió Árel.

Wendy sonrió. Esa era una de esas sonrisas que hacen que a uno se le encoja el corazón y, en el caso de Árel, hasta enrojecer. Árel se ruborizó y apartó la mirada. Wendy no lo comprendía. ¿Qué le pasaba a su nuevo "amigo"? ¿No le gustaba?

- ¿Quién eres?- preguntó Wendy, sornriendo.

Árel la miró, desconfiado. Bueno, estaba claro que tendría que presentarse, ya no merecía la pena ocultar nada.

- Soy Árel, tu nuevo ángel guardián- se presentó Árel, con una ligera sonrisa.

- Yo soy Wendy- sonrió Wendy.- Con que ángel guardián... Eso quiere decir que me protegerás para siempre, ¿no?

Árel volvió enrojecer. Se preguntaba si Wendy sabía lo que decía.

- Venga, calla- le pidió Árel.

Wendy volvió a sonreír. Interpretaba eso como un sí.

- Mira, debes saber que soy nuevo en esto- explicó Árel, recorriendo la habitación de Wendy.- Así que será mejor que hoy no salgas de casa.

- Pero es que ya he hecho planes- replicó Wendy.

- Pues cancélalo, tan simple- dijo Árel, tumbándose en la cama de Wendy.

- Venga, porfi...- le pidió Wendy, con los famosos y muy utilizados ojos de perrito.

Árel la miró de reojo, y no pudo evitar sucumbir ante los ojos de perrito.

- Bueno, vale...- aceptó Árel.

-Pero… ¿no habrá ningún problema si te ven?- preguntó Wendy.

-No, los humanos corrientes no me pueden ver no oír, pero si me pueden sentir, así que será mejor no tropezarme con nadie- explicó Árel.

-Y yo te puedo ver porque soy tu protegida, ¿no?- preguntó Wendy.

Árel no lo desmintió.



Árel y Wendy entraron en el cine. Árel lo miraba todo con desagrado. El ruido, la multitud... Era muy diferente de la calma del Cielo. En cambio, Wendy iba realmente contenta, con un bonito vestido rojo que le llegaba hasta las rodillas, una chaqueta blanca zapatos del mismo color. Sus cabellos estaban sueltos, sin ningún tipo de peinado. Estaba igual de guapa sin peinado o sin él. Árel iba igual que antes, para qué arreglarse.
Wendy se reunió con sus amigas en una zona apartada del cine. Las saludó a todas y fue a hablar con una en especial.

- Hola, Ren- saludó Wendy a la chica.

- Hola- sonrió.

Ren era una chica de quince años. Tanto su pelo como sus ojos eran negros. Era algo pálida. Iba vestida con una camisa a rayas gris y blanca, una chaqueta corta negra, unos pitillos negros y unas botas altas negras. Era de otro país, lo que explicaba su extraño nombre.
Árel miró a Ren atentamente. Percibía algo extraño.
Las chicas se quedaron conversando un rato, esperando a que empezara la película. Estuvieron así hasta que sucedió algo inesperado.
Se les acercaron unos chicos extraños. Vestían de manera extravagante y todos los miraban de mala manera.

-Hola, guapas- saludó el que iba delante de la pandilla.- ¿Queréis compañía?

-No, pero gracias- negó amablemente Wendy.

-Oh, no seas así, guapita- rio el chico cogiendo a Wendy de la muñeca.

-¡Para, me haces daño!- se quejó Wendy tratando de soltarse.

Sus amigas contemplaban la escena sin sabes qué hacer. Algunas tenían lágrimas en los ojos, pero solo una parecía realmente furiosa.
Los chicos observaban la escena riéndose. Se reían de Wendy. Ninguna chica era capaza de negarle una cita a su jefe.

-¡Suelta ya a mi amiga!- exclamó una chica que hasta entonces había permanecido callada. Ren.

Ren cogió del brazo al chico y liberó a Wendy. Le retorció el brazo al chico haciendo que se callera con un grito de dolor.

-¡Maldita…!- empezó a decir el chico, pero Ren no le dejó terminar.

Ren lo cogió del cuello, de manera que el chico no se podía mover. Árel, mientras, pegaba a los otros chicos. No podía permitir que le pasara nada a su protegida.
Ren y Árel consiguieron espantar a lo chicos, y se fueron corriendo.

-¡Tontos, yo soy mejor!- les gritó Árel.

Todas las chicas fueron a ver como estaba Wendy. Todas exepto una, que se mantuvo en su sitio. Ren.
Árel también se mantuvo en su sitio. Miraba a Ren, a esa chica tan extraña.
Ren lo miró de reojo, y Árel se dio cuenta.

-Ren… tú puedes verme-le dijo Árel.- Sí, puedes verme. Y es porque tú eres…

-No te hagas el listo- le reprochó Ren.- No sabes quién soy.

-No, no sé quién eres- negó Árel.-Pero sí sé qué eres.
Mitsuko
Mitsuko
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Mensaje por Fortune Girl Vie Mayo 22, 2009 10:19 pm

O.O Muy bonito Mitsuko, me has emocionado. Franny llora Franny llora Franny llora
Fortune Girl
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http://cagasos.com

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Mensaje por Phoenix Wright Sáb Mayo 23, 2009 12:27 pm

Muy buen capitulo Mitsuko, me ha encantado, sigue posteado mas capitulos por favor ^^
Phoenix Wright
Phoenix Wright
Pesadilla del Juzgado (Administrador Clan Abogados)
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Cielo y Tierra Empty Re: Cielo y Tierra

Mensaje por Tamy Sáb Mayo 23, 2009 4:25 pm

Hala....me encanta *_* no he parado de leer,es muy bonito me gusta mucho,sigue por favor *_*
Tamy
Tamy
Abogado de renombre (Clan de Abogados)
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