El Juego. Capítulo 1

por **Franchu1991** Dom Abr 12, 2009 1:36 pm

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Mientras sobrevolaba la ciudad, me vino a la cabeza algo... Casi seis meses han pasado desde que descolgué el teléfono en la Calle Arrabal. Seis meses intensos, apasionantes... Y a la vez extenuantes. La fatiga se me acumulaba, pero me gustaba demasiado la sensación de poder que me invadía. En seis meses me había convertido en uno de los Negros más poderosos, pero a la vez en uno de los más ocultos. Mi identidad era desconocida para casi todos los demás Jugadores. Poca gente de mi Bando conocía mi poder, y únicamente mis víctimas podían intuir algo de lo que fluía por mis venas.

Mientras sobrevolaba la ciudad pude apreciar cómo habían cambiado las cosas. Desde mis primeros días, en los que mis alas todavía estaban fortaleciéndose y no podían conmigo, a la majestuosidad con la que ahora me muevo. Con la grandeza de los veteranos, de los que llevan en El Juego desde que comenzó. Pocas veces te cruzas a un Veterano. Sólo hay veinte de ellos: son los primeros Jugadores. Comenzaron a recibir sus llamadas por estar en contacto con los organizadores, por ser sus cercanos. Sin embargo, muchos ya no están. Se retiraron. Pensaron que era divertido, pero que tenían una vida que atender.

Mientras sobrevolaba la ciudad vi muchos combates. Mis vuelos no suelen durar mucho: hay "Stalkers" (acechadores) que se esconden muy bien, esperando pillar a alguien desprevenido y sumarse algunos puntos. Sin embargo, los Stalkers no son los únicos que se esconden en vuelo. Cualquier Demonio que se precie puede usar sus alas para confundirse con el cielo nocturno mientras vuela. Por si lo preguntáis, sí. Demonio es el término correcto para referirse a los Negros. Aunque no somos rojos ni tenemos cuernos... No todos. Los Ángeles son los Blancos. La desventaja que el color de sus alas les ofrece la compensan con una velocidad impactante. De hecho, varios se cruzaron en mi camino mientras me dirigía a la Avenida Costa. Seguramente estarían persiguiendo a algún enemigo. Te acabas acostumbrando a escuchar gritos en la noche, y a ver cómo unos cuantos se matan mientras tú estás tan tranquilo, volando como si nada.

Únicamente tengo por costumbre pararme si veo alguna injusticia. Sí, ser Demonio no implica ser malo. Son sólo nombres representativos, de la línea argumental del Juego. De hecho, se cometen tantas atrocidades en un lado como en otro. Por fortuna, nadie muere realmente. Pero ello no implica que me guste actuar así. Dejé ver mi poder en el Parque por cómo habían atacado a mi compañero: tres contra uno. ¿Dónde se ha visto eso? Pues a menudo, en las calles de la ciudad. En el mundo, en general. No hay que irse a ninguna fantasía. Las masacres están en todas partes. Por eso yo, en mi vida como Demonio, ni las cometo ni las permito.

Y mientras me dirigía a la Avenida Costa, vi una banda de Demonios asaltar a un Blanco novato. Se les reconoce fácilmente: las alas de los novatos no tienen el tamaño de alguien que lleva jugando al menos una semana, y tampoco las pueden cambiar de forma a su antojo. En fin, un retraso más en mi noche de diversión. Bajé suavemente, sin alarmar a los Negros. Estaban muy confiados: cinco Negros en total, cada cual con un arma distinta. Ninguna que me gustase, desafortunadamente.

No nos está permitido atacar a los de nuestro propio Bando, a no ser que un Maestre nos lo autorice. Pero esa norma me la paso yo por el nacimiento de las alas. Lo único que hay que evitar es que alguien te vea. Si contase la de Negros que me han atacado, tratando de robarme mi Recortada... Estoy muy orgulloso de ella. Me la fabricó mi Mentor a partir de las armas que iba recolectando. Y con tan sólo tres cartuchos acabé con los cinco Negros. ¿Increíble? ¡Qué va! Mi pequeña dispara balas, y energía. Energía que se ha liberado del roce del cartucho con el cañón, perfeccionado para recoger la máxima posible.

Cinco cuerpos en el suelo, desapareciendo conforme se desangraban. Los agujeros que deja mi Recortada son impresionantes. El Blanco apenas se creía su suerte. Sin dejar que me viese, me escabullí por un callejón y me eché a correr.